Parashá Tetzave
febrero 16, 2019
Parashá Vayakel
febrero 25, 2019
Muestra todo

Parashá Ki-Tisá

“Y él los tomó de las manos de ellos, y le dio forma con buril, e hizo de ello un becerro de fundición. Entonces dijeron: Israel, estos son tus dioses, que te sacaron de la tierra de Egipto”. (Shemot 32:4). 

La parashá de esta semana relata el terrible momento en el que el pueblo de Israel le exige a Aarón que les construya dioses que los guíen por el desierto, ya que Moshé se había dilatado en descender del Monte Sinaí. 

Desde una mirada reduccionista podríamos pensar que este hecho sería sin duda el peor error en la Historia del pueblo judío, ya que días antes acababan de escuchar la voz del Eterno que les mencionaba las Aseret HaDivrot (10 mandamientos), y ahora por su falta de Emuná vagarían por el desierto cuarenta años. Sin embargo, creo que podemos obtener una enseñanza de esta situación que cualquiera catalogaría como atroz. 

Aunque el hombre cometa los peores errores, siempre existe una oportunidad de hacer Tshuvá y arrepentirse de ellos; siempre y cuando, sea sincero y con la plena conciencia de no volver a cometerlos. Por eso creo que la Tshuvá es el don más grande de Dios para el mundo, ya que ningún error, por más grande  que parezca puede limitar el poder de ella. 

Un midrash cuenta que Dios estaba formando al hombre y los ángeles lo observaban con curiosidad. Sin poder resistirlo, uno de ellos le preguntó al Eterno: -¿Señor, qué estás haciendo? Dios respondió: -Estoy creando al hombre. El ángel volvió a decir: – ¡Pero no se parece a nosotros! Dios se volvió a ellos y les dijo: -Ustedes son perfectos pero no pueden cambiar, sin embargo el hombre será imperfecto, pero sí podrá cambiar. 

Este midrash nos permite ejemplificar que el ser humano está sujeto a cometer errores porque es imperfecto por naturaleza; sin embargo, es perfectible y la Tshuvá es un medio eficaz para mejorar cada día ese estatus de imperfección, al grado tal que pese a que ocurrió el evento del becerro de oro, el pueblo de Israel vive y existe hasta hoy.

Eyal Wong.

Adar 1, 5779.

[La imagen puede estar sujeta a derechos de autor]