Antes de morir, Moshé reunió a todo el pueblo para hacer un nuevo pacto con Di-s antes de que entraran en la tierra prometida, se trató de un pacto רבות’ de todos’, en el que cada uno tomaría una responsabilidad colectiva. Hasta entonces, el pacto había sido individual, pero a partir de ese momento, serían todos con Di-s y la falta de uno afectaría a todo el pueblo. Los sabios ponen el ejemplo de un barco que navega por el mar y en uno de los camarotes un pasajero hace un agujero en el piso, cuando le reclaman por hacerlo, el responde que es su camarote y ahí él hace lo que quiera…Por eso, se dice que hay que estar atentos de nuestros hermanos, porque la falta de uno daña a todo el pueblo. Este pacto incluía no sólo a los presentes, sino también a todas las almas judías y sus generaciones futuras. Incluía también a los conversos y a los cananeos a quienes Moshé designó como leñadores y encargados de extraer el agua. Ahora todos formarían una unidad, como un atado de carrizos, el cual es muy difícil de romper, mientras que cada carrizo por separado se rompe fácilmente.
El texto explica cómo podemos tener éxito en el juicio que está por delante en Rosh Hashaná. Si aceptamos nuestra responsabilidad colectiva y somos garantes mutuos, así nos hacemos uno con el resto de la nación, tendremos el mérito colectivo y el respaldo de toda la nación. Solo así podremos estar parados con firmeza delante de Hashem. Esto explica la famosa declaración de Rabi Akiva: Ama a tu prójimo como a ti mismo, pues esto es uno de los pilares fundamentales de la Tora. Él explica que este principio fue lo que determinó la fuerza del pueblo judío a lo largo de las generaciones. Sólo conectándose con el resto de la nación uno puede obtener la compasión especial que Hashem tiene con sus hijos.
Este pacto viene justo después de la Parasha טבו קי en la cual se pronunciaron 98 maldiciones que tenían al pueblo temeroso, en un estado de abatimiento e incertidumbre. Además, Moshé dijo que quien se apartara del pacto, sería borrado de la faz de la tierra y si fuera el pueblo entero el que pecara, toda su tierra sería destruida. Así, cuando las generaciones futuras preguntaran por las causas de tanta desolación, les responderían que había sido por abandonar los mandamientos de Di-s.
Sin embargo, Nitzavim se lee justo antes de Rosh Hashaná y Baal Shem Tov explica que esto representa la idea de que Di-s bendice al pueblo judío previo a su presentación en el día del juicio diciéndoles: Ustedes están todos parados firmemente… Esa firmeza se logra por la consciencia de nuestro pasado, nuestro presente y nuestra pureza de nuestras intenciones hacia el futuro. Es esa bendición la que da la seguridad y fuerza para salir victoriosos y lograr un año de bendición. En la Parashá, los judíos están dispuestos a renovarse por completo y eso es un motivo de alegría. Rosh Hashaná nos permite empezar de nuevo y Nitzavim nos da la oportunidad de purificarnos en preparación para ese próximo año.
Estemos conscientes de ello o no, cada ser humano se para frente al creador en Zeir Anpin para ser renovado, para hacer “borrón y cuenta nueva#. La diferencia entre una persona consciente de lo que sucede y otra que no lo está, es la disposición a renunciar a los problemas y las cargas del pasado para comenzar de nuevo. El Creador accede a todo lo que solicitamos en ese día, así que si lo vivimos en pleno uso de nuestra consciencia obtendremos satisfacción. Entonces, el número de maldiciones (98) resulta altamente simbólico si consideramos que en momentos de alegría se hace un brindis. En hebreo al brindar se dice לחיים’ para vida’ cuyo valor numérico es precisamente 98. Adicionalmente, la palabra מנהג’ costumbre’ también tiene un valor numérico de 98, por lo que podemos interpretar que esas maldiciones, lejos de ser un ataque o amenaza, se decretan para asegurar buenas “costumbres para la vida” llena de prosperidad y felicidad. La Parashá Nitzavim nos da la energía de Moisés para ascender a la Fuente de la Vida, que se conecta directamente a la Luz del Creador para recibir toda la abundancia que Él quiere otorgarnos.
Después de que los judíos hubieran experimentado las maldiciones y posteriormente las bendiciones al retornar a la congregación, El Eterno reuniría a los dispersos y entrarían todos a la tierra prometida donde disfrutarían de bendiciones, de prosperidad y felicidad. Así, las maldiciones serían transferidas a los enemigos que habían perseguido y oprimido al pueblo judío.
Moshé explicó a los judíos como arrepentirse y retornar a Di-s a través de la Toráh. En este pacto, el estudio de la Toráh aparece como un precepto central para todos sin distinción, se señala que su estudio no es algo inalcanzable ni imposible pues no es algo que esté en el cielo, ni del otro lado del mar, sino que está en la boca y el corazón de cada uno.
Los pecadores, los prosélitos, los extraviados y en general todo el pueblo que había pecado en el monte Sinaí podrían pensar que cambiar sus hábitos y sus costumbres resultaría muy difícil y lejano, sin embargo, el texto propone que con fe, descubrimos que ese camino es parte de nosotros mismos, está marcado en el alma y sólo hay que encontrarlo en nuestro interior. La Toráh no está en el cielo, así que depende de nosotros encontrar las respuestas. Di-s no toma las decisiones de la Toráh. En su lugar, otorga el poder para juzgar asuntos de halajá a los Sabios de la tierra. En caso de duda en alguna interpretación o lectura, ante diversas opiniones, como dice Shemot 23:2: Te inclinarás por la mayoría. Así, el pueblo debía comprender que la elección entre la vida y la muerte (entre el bien y el mal) era exclusivamente suya y no de Di-s. De modo que si los judíos eligen adherirse al Eterno y se comprometen a seguir los preceptos, prosperarán; de lo contrario perecerán.
Así, el estudio de la Toráh, la Tefilá y el cumplimiento de las Mitzvot se convierten en “las reglas del juego” del pacto con Di-s. Reglas eternas que no están sujetas a modificación o tergiversación. Primeramente, el estudio de la Toráh, puede comprenderse en dos dimensiones: La primera es la ley escrita que no está sujeta a cambios. Cada letra es considerada sagrada e intocable. La segunda es la ley oral que representa la interpretación de la ley escrita. Ésta si puede variar, evolucionar, desarrollarse. Cada alma que baja al mundo puede descubrir libremente nuevas facetas en la Toráh.
Respecto a la Tefilá, sucede algo similar: Ésta fue instituida por los integrantes de la Gran Asamblea hace más de dos mil años. Tres veces al día pronunciamos palabras recopiladas y formuladas por los sabios. Sirven para expresar nuestra conexión con el Eterno a nivel esencial y subconsciente. Además de estas oraciones, cada quien se dirige a Di-s directamente, en sus propias palabras y formula peticiones, promesas o arrepentimientos libremente.
Finalmente, los 613 preceptos bíblicos son inalterables. No se puede agregar ni disminuir la cantidad de mitzvot ya que no son sugerencias, son mandatos. Representan una ley única para todos. Conjuntamente con esa dimensión impersonal, hay también un aspecto personal dado que el mundo ha evolucionado y las formas de vida de los judíos se han diversificado a tal punto que las formas de observar los preceptos varían considerablemente pero no se contradicen ni se violan los preceptos originales.
Por ejemplo: El objetivo de colocarse los Tefilín sobre la cabeza y el brazo a la altura del corazón es la subyugación y canalización de la mente y el corazón hacia el servicio de Di-s. Dicho objetivo es general para todos. Aunque los pensamientos y sentimientos varían notablemente dependiendo de la época, de la persona, del día, de las ideas y de los sentimientos de cada quién. De cualquier manera, al colocarse los Tefilín, hay que subyugar y canalizar los pensamientos y sentimientos que estén presentes en ese momento.
Di-s nos ordena no hacer ciertas cosas y hacer otras. Es obvio que tenemos libre albedrío para decidir si obedecemos “las reglas del juego” o no y cómo las interpretamos. De nosotros depende elegir si cumplimos o no con su voluntad, “Escogerás la vida” representa la mitzvá de ser una persona que elige, ser alguien con voluntad.
El libre albedrío es lo que da significado a nuestros actos, porque otorga responsabilidad y permite definir la verdadera fuerza humana para elegir entre el bien y el mal, dándole significado a toda la creación. El ser humano posee esa capacidad única de ejercer su fuerza de voluntad. Con el objetivo de hacer lo correcto y bueno la persona tiene la capacidad de sopesar valores relativos, evaluar las implicaciones morales de una situación, decidir el mejor curso de acción y superar el impulso natural de continuar por el camino que ofrece la menor resistencia.
Por lo tanto, poder elegir significa estar en control de uno mismo en vez de seguir ciegamente los deseos naturales y los instintos básicos, no limitarse a fluir y hacer lo más fácil o placentero. Tener libre albedrío implica no permitirse reaccionar con las respuestas automáticas generadas por las características innatas de la personalidad. Se trata de ejercer nuestra fuerza de voluntad y evaluar con madurez cada situación de manera consciente, con equilibrio y entendimiento, para decidir lo que es correcto y actuar en consecuencia. No porque eso sea lo más fácil, ni porque nos hará sentir mejor, sino porque es lo correcto, verdadero y universal. Cuando es necesario, la persona que utiliza su libre albedrío superará sus deseos, impulsos y rasgos de carácter personal para actuar con base a las directivas de su intelecto.
La mitzvá de “escoger la vida” nos alienta a ejercer esta facultad de libre albedrío, a tomar las riendas de la vida y controlarnos a nosotros mismos. Nos alienta a vivir de forma consciente, a que las decisiones racionales entre el bien y el mal, entre lo correcto y lo incorrecto, lo mejor o lo peor, lo bueno y lo todavía mejor aún (e incluso entre lo malo y lo no tan malo) caractericen nuestra forma de vida.
Elegirás la vida y dios te dará la tierra que les prometío a Abraham, Itzak y Yakov.
28 Elul 5789
Francisco Brambila
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