La parashá Vaieshev narra los inicios de la historia de Iósef, hijo favorito de Yaakov, el de los sueños proféticos y la túnica colorida. La preferencia que Yaakov expresaba por él hizo que sus otros once hijos le resintieran y tuvieran envidia. Estos sentimientos empeoraron con los sueños que indicaban que, un día, Iósef reinaría sobre su familia y ellos habrían de inclinarse ante él. Tales eran la envidia y el resentimiento que conspiraron en su contra: primero, para matarlo; después, para venderlo por algunas piezas de plata, y presentarle a Yaakov la túnica manchada con la sangre de un animal y hacerle creer que su predilecto había sido devorado por alguna bestia salvaje.
Las personas contamos con un libre albedrío que ejercemos al tomar decisiones diariamente que van formando nuestra vida. Pero como seres sociales que somos, no ocurren en un vacío ni son únicamente nuestra: somos criados, recibimos órdenes, tomamos consejos, pedimos ayuda; es a través de familia y amigos que vamos formando nuestro destino.
“El hombre dijo: “han partido de aquí, pues oí que decían, ‘vayamos a Dotán’.” Seguir estas palabras cambiaron el curso de la historia de Iósef. No sabemos qué habría sido de Iósef– y, en cierta manera, del destino de las tribus de Israel – si ese día no hubiere seguido las palabras de ese desconocido. Como el desconocido que guió a Iósef a su destino, todos tenemos un “hombre” que nos apunta a donde ir: alguien que no es conocido o de consecuencia, que quizás veremos una sola vez en nuestra vida, pero que nos orienta a tomar (sin saberlo en ese momento) la decisión que pudiera cambiar el rumbo de nuestra vida.
A través de esta primera parte de la historia de Iósef, vemos que el Creador estuvo con él. Esto lo vemos en los sueños donde se anticipa su reunión y mandato sobre su familia y en el don de la profecía, pero también desde que llegó a Shejem desde Hebrón.
La presencia de Dios con nosotros no es manifiesta solo cuando las cosas van bien o para predecir fortunas. Aunque ahora sabemos que una muerte temprana o súbita significa “ser desagradable a los ojos de Dios”, como se creía en los tiempos de Yaakov, también sabemos que seguir el camino correcto es como manifestamos esta presencia en nuestras vidas. Iósef pudo haber cedido ante las insistencias de la esposa de Potifar y sin duda haber recibido recompensas terrenales por ello, pero habría puesto en juego los dotes que el Eterno le dio y que salvaron su vida.
También nosotros nos vemos enfrentados entre decidir entre lo que es fácil o lo que es correcto, conscientes o no de cómo una u otra decisión impactará nuestra vida. Todos estamos tan sujetos al yetzer hará (la inclinación a hacer el mal) como al yetzer hatov (la inclinación a hacer el bien). Es a través de nuestros actos y decisiones que vamos inclinando esa balanza. En un episodio de una serie estadounidense, uno de los personajes lo explica así: que el Creador nos pone a todos a cinco millas del yetzer hará y a cinco millas del yetzer hatov, pero no condiciona nuestro camino. Somos nosotros, con nuestras acciones, quienes lo condicionamos.
No nos va a partir un rayo ni el Eterno hará que caigamos muertos inmediatamente – al menos, así no funciona – pero al ceder a nuestro yetzer hará, nos vamos alejando de dones existentes y futuros que nos otorga el Creador. A lo mejor no son dones extraordinarios como los de Iósef, pero cada don y cada habilidad que se nos otorgan tienen toda posibilidad de ser usados para seguir un camino recto. Quizás, este camino también contempla que seamos para alguien más ese hombre que vio a Iósef errando por un campo en Shejem y lo envió a Dotán y al resto de su historia.
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Ana Moreno-Lennon
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