Iosef deseaba conocer el nivel de sinceridad que tenía el arrepentimiento de sus hermanos por haberle causado daño. Si sus hermanos abandonaban a Binyamin en manos de extraños sin importarles el dolor que causarían tanto al muchacho como a su anciano Padre, es que eran personas sin valores, con malos sentimientos, crueles y no merecedores de piedad por parte de Iosef. Si lo defendían aún a costo de exponer su propia vida, entonces no eran los mismos que le habían vendido, habrían aprendido de sus errores y estarían arrepentidos de sus malas acciones.
Muchas veces decimos con palabras que estamos arrepentidos de nuestros actos de mal juicio, mientras nuestras acciones dicen a todo el que quiera verlo, que somos exactamente los mismos; cuántas veces inclusive hemos incurrido en el error de ir a pedir disculpas a quien o a quienes hemos ofendido y a la primera oportunidad volvemos a ofenderles con nuestros actos. Después nos quejamos de que los problemas subsisten aún cuando ya hemos pedido disculpas, y es que a veces es estrictamente necesario realizar una reparación del daño causado, y la mejor reparación es un cambio nuestro, consistente y permanente, que seguramente no hemos tenido.
Por supuesto, los hermanos demostraron que estaban dispuestos a sacrificarse por su pequeño hermano; estaban dispuestos a ser convertidos en esclavos. Dios entonces habría causado la separación de Iosef y sus hermanos para que se realizasen los sueños del primero y también la voluntad divina.
En estos tiempos, el ego tiene la prelación en nuestra personalidad, y difícilmente se encuentra un individuo que quiera sacrificarse por alguien, ya no digamos extraño, sino por alguien de su propia familia. Hermanos se levantan contra hermanos, padres contra hijos, una parte de la familia contra la otra; a veces por intereses económicos o tratando de apropiarse de bienes que no le ha costado a nadie el esfuerzo de ganarlos, pero de los cuales se sienten todos merecedores.
Regresando a nuestra Parashá, no hay momento más humano y conmovedor como el de cuando Iosef y sus hermanos se reencuentran; cuando hizo que le reconocieran. Ante lo humano y dramático del momento, Iosef no quiso que hubiese más testigos que él y sus hermanos, pues mostrar los sentimientos en público era motivo de vergüenza.
Me pregunto, ¿podrá en estos tiempos caracterizados por tanta dureza de corazón, darse el perdón en ese nivel? ¡Olvidar una afrenta como el que los hermanos hayan vendido a Iosef, abrazarlos y perdonarlos! No es algo común entre nosotros, acostumbrados a ver a un “indeseable” en un lugar a donde vamos y salirnos llenos de rencor, ira y resentimiento, cuando esa persona a veces ni se acuerda de nosotros, o tiene conciencia de que lo ocurrido fue entre muchachos escolares y ya no cabe entre adultos responsables. A veces no perdonamos ofensas nimias hechas de manera inconsciente por miembros de nuestra familia, y sembramos la discordia y la animadversión en lugar de la armonía y la paz.
Los hermanos de Iosef no le habían reconocido porque era un muchacho imberbe cuando le vendieron, y hoy se presentaba un hombre maduro con poblada barba ante ellos. Ante la duda de sus hermanos, hubo de hablarles en hebreo para convencerles.
Cuando Faraón y su familia se enteraron de que los hermanos de Iosef estaban con él se alegraron y supieron que Iosef no les había mentido. Eso le ganó mayor mérito, consideración y respeto.
Cuando Yaakov fue enterado de que Iosef vivía y gobernaba Mizraim no les creyó: este es el castigo para los mentirosos, pues cuando dicen la verdad, nadie les cree. Los hijos de Yaakov le habían mostrado una túnica ensangrentada cuando le dijeron que había muerto; no les creyó por supuesto hoy cuando decían la verdad, que Iosef vivía; hubo necesidad de ver los carros que Iosef le había enviado para concederles algo de credibilidad.
Uno de los peores vicios que el ser humano pueda tener, no es la adicción, ni el tabaco o el alcohol: es la mentira. Un mentiroso patológico se inventa una realidad aparte y cree en ella. Hace a su alrededor una burbuja con su mundo falso y trata de llevar a su interior a la gente por la que siente afecto, y si se niegan a entrar en ella, entonces se ganan el más acendrado odio de su parte. Miente y busca la aprobación y validación de otro mentiroso igual que él: los mentirosos siempre se apoyan mutuamente. Generalmente siempre es descubierto, y cuando se le descubre, entonces se enoja y se hace la víctima, sosteniendo su mentira hasta que se vuelva insostenible por su propia naturaleza. Y cuando dice la verdad, nadie le cree, y entonces su ira es incontrolable. Pero ese es el precio que paga por mentir siempre.
Dice la Toráh: “Y cuando vio los carros que Iosef le había enviado para llevarle, revivió el espíritu de Yaakov, su padre…” y usa las palabras “רוּחַ יַעֲקֹב“ (Ruaj Yaakov) indicando que no es el Alma (Neshamá, el “Super yo” freudiano que encarna las facultades intelectivas) ni el Ser (Nefesh, el “ello” freudiano que son las facultades instintivas) sino el Espíritu (Ruaj, el “yo” freudiano, que se encarga de las facultades afectivas, la conciencia moral y ética del ser humano) quien revivió.
No serán nuestros instintos, o nuestro intelecto, los que gozan cuando se recibe una noticia que involucra a uno de nuestros hijos, ya sea una beca, un viaje, un premio, o simplemente volver a casa después de mucho tiempo de ausencia. Será la parte afectiva la que nos hará llorar de alegría al ver los triunfos de nuestra familia. Reímos con sus alegrías y lloramos con sus tristezas, sin racionalizar ni intelectualizar nada. No andamos buscando explicaciones científicas en los sentimientos de los demás, a menos que lo único que nos mueva es el interés de parecer muy intelectuales o querer deslumbrar con fanfarronería a los demás para hacerles sentir inferiores o menos “intelectuales”, demostrando solamente nuestras carencias y nuestra necesidad de reconocimiento.
Después, sigue diciendo, Dios se le aparece en una visión en la noche, pues ya no estaba triste. Es conocido que la profecía y la inspiración desaparecen en presencia de la melancolía.
Generalmente cuando Dios se aparece a los personajes del Tanaj, lo hace en sueños; a excepción de Moshé Rabenu, que le vio “tête à tête” y les inspira, sobre todo cuando se da el fenómeno de la profecía, y Yaakov finalmente tuvo un sueño donde Dios le indicó que debía bajar a Mizraim, y Él descendería con Yaakov, así que se levantó, dejó Beersheva y se fue rumbo a Mizraim.
Dice que Yaakov tuvo siete angustias y que de todas escapó, que son: Esav, Labán, el ángel contra el que luchó, Diná, Iosef, Shimón y Binyamin. “Siete veces cae el justo, y se vuelve a levantar” dice Mishlei.
Las angustias que habría pasado Yaakov incluían el problema con Esav cuando le compró su primogenitura y recurrieron a un ardid él y su madre para quedársela. El engaño que su tío Labán le habría hecho al cambiarle a Rahel -de quien estaba enamorado-, por su hermana mayor, Leáh en plena noche de bodas. La lucha con el ángel que le dejase con cojera. El agravio de la violación de Dináh por parte del príncipe Shejem. El engaño que hicieron sus hijos al decirle que Iosef había muerto, cuando le habían vendido como esclavo. Shimón que permanece preso mientras los hermanos de Iosef van a Yaakov para llevar a Binyiamin. Y por último, Binyiamín, quien habría de ser requerido por Iosef para quedarse como esclavo en Mizraim.
Refiere la Toráh que Yaakov envió a Yehuda para preparar un lugar de estudio, una escuela, pues a todos los lugares que emigraban los judíos, la primera obligación era tener una casa de estudio.
Esta es la mejor lección de todas. Siempre que un grupo de judíos se establece en un lugar, aún en este tiempo, lo primero que se erige es una escuela de estudios judíos para sus miembros. Lo mismo ocurre con nuestra Comunidad, pues en cada lugar donde nos asentamos, en cuanto hay un mínimo de tres judíos, de inmediato se procede a tener un lugar ad-hoc para realizar estudios judaicos, aumentar nuestra mutua instrucción y considerar vivir nuestro judaísmo en comunidad.
¡Plugo a Dios porque se siga haciendo y llevemos nuestro judaísmo en el alma, para comunicarlo a nuestros compañeros de vida judía!
Baruj Hashem!
7 Tevet 5780
Rodolfo Gallardo
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