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Parashá Vaerá

VAERA significa “Me aparecí”. En efecto, la parashá inicia trayendo a colación la aparición del Eterno a Abraham, a Isaac y a Jacob como El Shadday, Dios Omnipotente, sin haberles dado a conocer Su nombre y tras haber hecho un pacto con ellos para darles la tierra de Canaán. “Yo soy El que soy” será el Nombre revelado de Dios en la tierra de Egipto (Shemot 6, 2-4).

El gemido de los hijos de Israel oprimidos por los egipcios hará que el Eterno se acuerde de ellos, razón por la que  Moisés recibirá el mandato de anunciar a los hijos de Israel que “Yo soy El que soy”, el Eterno, con brazo extendido habrá de librarles de los trabajos forzados, salvarlos de la servidumbre, considerarlos pueblo suyo y ser su Dios, para llevarlos luego a la tierra prometida a los patriarcas, con conocimiento pleno de que el Eterno, ningún otro, es su redentor. La impaciencia y la dureza de la servidumbre, harán que los hijos de Israel, con mente obnubilada, no atiendan el mensaje de Moisés. Es entonces cuando el Eterno ordena a Moisés dirigirse al faraón de Egipto para que permita a Israel salir lejos de su tierra. El temor se apodera, una vez más de Moisés: ¿Será acaso escuchado por el faraón? ¿Cómo lidiará con el hecho de  ser circunciso de labios? Como respuesta a estos interrogantes El Eterno dará a Moisés un portavoz que lo apoyará en el cumplimiento de su misión: Aarón, su hermano.

“Di al faraón, rey de Egipto, lo que yo te diga” es el mandato del Eterno a Moisés. El endurecimiento de corazón del faraón será la constante, por lo que se multiplicarán señales y milagros a fin de que los ejércitos del Eterno, Su pueblo, sean sacados de la tierra de Egipto. Las aguas del Nilo y los demás cuerpos de agua del país que a un golpe con el cayado de Aarón se convertirán en sangre, la acción será seguida por los magos egipcios, tras lo cual el corazón del faraón se endurecerá. De igual modo acontecerá con la subsiguiente plaga de ranas, aunque esta vez el faraón pedirá a Moisés y a Aarón  que hagan rogativas al Eterno para que la plaga cese. Una vez superada la situación, el corazón del faraón vuelve a endurecerse.  Sobreviene la plaga de piojos, los magos de Egipto reconocen la limitación de sus poderes: “Está el dedo de Dios en todo esto” dirán. El faraón no escucha a los magos, su corazón endurece (Shemot 8,15). La plaga de arov, sabandijas, se extiende entonces por todo Egipto, salvo en Gosén en donde se encuentran asentados los israelitas. El faraón pide a Moisés y a Aarón que ofrezcan sacrificios al Eterno pero en tierra egipcia, a lo que estos responden que no pues sería execración para los egipcios quienes los apedrearían. Se sabe que los egipcios ofrecen aves, otras especies menores  y vegetales en sus rituales sacrificiales pero no carneros y machos cabríos como sí lo hacían los israelitas, los egipcios tienen a los carneros y machos cabríos por animales sagrados, no aptos para el sacrificio. Desaparecida la plaga de arov, tras los ruegos de Moisés y Aarón al Eterno, el faraón promete  permitir que los israelitas vayan por tres días al desierto, tierra de nadie, para adorar al Eterno, esto a condición de no alejarse demasiado. Desaparecida la plaga el faraón, una vez más se retracta de su promesa.

Los ganados de los egipcios son afectados por la enfermedad hasta morir, no  acontece así con los ganados de los israelitas. El mensaje del Eterno dado al faraón a través de Moisés para que permita a Su pueblo ir al desierto para que Lo adore, es desatendido. Moisés y Aarón toman entonces puños llenos de ceniza que son arrojados al cielo delante del faraón, sobreviene la sarna sobre toda carne humana y animales de entre los egipcios. Hasta los magos de Egipto se ven afectados por la sarna, su poder para contrarrestar la sarna es anulado. El corazón del faraón se endurece una vez más. El Eterno se dirige a Moisés para que de madrugada diga al faraón: “Así dijo el Eterno Dios de los hebreos: Deja ir a Mi pueblo para que me reverencie…Si Yo hubiera extendido Mi mano para herirte con la peste, tú y tu pueblo habrían desaparecido de la tierra, pero hasta ahora te he dejado de vivir para mostrarte Mi poder y para que lo conozcan todos los pueblos de la tierra” (Shemot 9, 15,16). El Eterno desea ser también conocido por todos los pueblos de la tierra. Advierte a los egipcios que si el faraón persiste en ensañarse contra Su pueblo no dejándolo irse, hará llover granizo grande por lo que deberá juntar el ganado y  todo lo que tenga en el campo, ya que todo animal y hombre que no se hallara en su casa  morirá por la fuerza de la granizada. (cfr. Shemot 9,19). Sobreviene el granizo acompañado de rayos y truenos dañando los cultivos, sólo el trigo y el centeno, tan necesarios para sobrevivir, no sufren daño. Viene entonces la confesión del faraón a Moisés y Aarón: “Ciertamente he pecado. El Eterno es justo y yo y mi pueblo somos los malvados” (Shemot 27), a esta confesión sucede la rogativa del faraón para que Moisés Y Aarón se dirijan al Eterno a fin de que cesen los truenos y el granizo. El atribulado faraón promete dejar ir a los israelitas sin que tengan que regresar de nuevo a Egipto. Una promesa más incumplida. Con corazón endurecido el faraón vuelve a negarles a los hijos de Israel el permiso para irse, todo tal y como lo había predicho el Eterno (cfr. Shemot 9,35).

De la lectura del texto del Tanaj aquí referido, podríamos extraer, entre otras, algunas pautas para la reflexión:

El Eterno, desde una visión judía, es un Dios personal que actúa en la historia como redentor, salvador y liberador, a pesar de que los israelitas inicialmente no se percataran de ello, no creyeran a Moisés. Tal vez una situación parecida podríamos estar viviendo, en medio de una sociedad planetaria que se debate entre el materialismo práctico y los fundamentalismos. Valdría la pena preguntarnos: ¿Escuchamos también nosotros, como judíos contemporáneos,  la voz de Dios? ¿La acatamos con amor y gratitud?

Ser judío no es una opción, una vez se nace se es  judío para siempre. De igual modo, una vez se da el paso de conversión al judaísmo como lo hiciera Rut, termina la opción: se es judío para siempre. El Eterno ha hecho de Israel Su pueblo, no es Israel el que ha hecho del Eterno su Dios. Ser judío, ser parte del pueblo judío, es un hecho, no una opción, así se encarga de corroborarlo la historia,  cuando quiera que “el corazón del faraón se vuelve a endurecer”. ¿Qué significa para nosotros  ser herederos del pacto hecho por el Eterno con los Patriarcas Abraham, Isaac y Jacob? ¿Qué representa en nuestra vida el sabernos parte del pueblo que el Eterno se ha escogido para Sí y no simplemente miembros de una comunidad religiosa más de las muchas que existen en el  mundo? Gran enseñanza nos es dada en el Talmud al respecto:

“Ciertamente cuando se trata del linaje todo el pueblo de Israel son hermanos. Somos todos hijos de un Padre, los rebeldes (reshaim) y los criminales, los herejes (meshumadim) y los forzados (anusim), y los prosélitos (guerim) que están adjuntos a la casa de Jacob. Todos son israelitas. Incluso si dejaron a Dios o lo negaron o violaron su ley, el yugo de la ley está todavía sobre sus hombros y nunca será removido de ellos”  (Cfr. R. Shéadaya Ben Maimon Ibn Danan, siglo 16. Kmedah Genuzah, 15 b).

La bondad y misericordia del Eterno alcanza a todos los seres humanos, tanto a judíos como a no judíos. Las plagas que asolaron a Egipto fueron antecedidas por solicitudes reiteradas al faraón para dejar salir a los israelitas, que de haber sido atendidas con seguridad hubieran ahorrado sufrimiento a los egipcios e incluso a los mismos israelitas. Luego del castigo, los ruegos de Moisés alcanzaron misericordia del Eterno alejando una y otra vez las plagas que asolaban a los egipcios. La sucesión de acontecimientos llevaba como propósito no sólo la liberación de los israelitas de la opresión egipcia, sino el reconocimiento por parte los demás pueblos de la tierra del poder y la misericordia del Eterno. Suele suceder que al endurecimiento y soberbia  de corazón, sucedan  consecuencias dañosas para el hombre, es entonces cuando el Eterno, Padre providente, escucha nuestros gemidos  y viene en nuestro auxilio. ¿Cuántas veces hemos asumido la actitud soberbia del faraón al no colocar nuestra confianza en el Eterno, sino en falsas seguridades que nos llevan a querer ignorarlo, a ser ingratos con Él y a crear, en consecuencia, nuestros propios ídolos?

He aquí la enseñanza sobre el precepto de amar y temer a Dios de nuestro gran padre y Rabino, Moisés Maimónides,  en el Séfer Hamadá, primer libro de  su magna obra Mishné Torá:

“¿De qué modo se le ama y se le teme? En el momento en que el ser humano reflexiona sobre los grandes y maravillosos actos y criaturas de Dios, y comprende a través de ellos Su sabiduría invaluable e infinita, inmediatamente lo ama, lo alaba, lo enaltece y desea con un deseo intenso conocer al Eterno, como ha dicho David: ‘Está sedienta mi alma de Dios, del Dios viviente’ (Salmos 42,3)”.

 ¡Sea por siempre bendito el Eterno, Dios de Israel!

28 Tevet 5780
Menajem ben Abraham ve Sara

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