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Haftará Vaetjanán

La Parashá de esta semana, segunda del Libro de D’varim comienza diciendo en los versos 23 al 25:

Va’etjanan el-Adonay ba’et hahi lemor: 

Adonay, Elohim, atah hajilota lehar’ot et-avdeja et-godleja ve’et-yadeja hajazakah, sher, ¿mi-El bashamayim uva’arets sher-ya’aseh jema’aseyja vejigvuroteja? 

Ebrah-na ve’er’eh et-ha’arets hatovah asher be’ever haYarden, hahar hatov hazeh veha Levanon.

Yo le imploré al Eterno en ese momento diciendo: 

“Mi Señor, El Eterno, tú has empezado a mostrarle a tu servidor tu grandeza y tu mano fuerte, pues ¿qué poder hay en el cielo o en la tierra que pueda realizar como Tú, tus proezas y tus actos temibles?

Ahora déjame cruzar y ver la buena tierra que está al otro lado del Jordán, esta buena montaña y el Líbano”

Ruega Moshé, que Dios le permita entrar a la Tierra Prometida, Kenaán, mediante la oración. El Rabino Samlay dice que en esta plegaria de Moshé debe verse el orden en que debe hacerse oración: Exaltar a Dios antes de pedir cualquier cosa, dice en el Talmud, Yalcut 813 “No podemos dirigir nuestras preces a Dios antes de haberle loado y haber reconocido su grandeza y su poder”, de la manera que lo hacemos en la Amidá. Por la montaña, se refiere al monte donde está erigida la ciudad de Yerushalaim.

“Vaetjanán”, dice Rashí, es una de las diez expresiones que se llaman “oración” como se declara en el midrash “Sifrí”: “Zeaká” o clamor, “Saváh” o invocación, “Nakáh” o sollozo, “Rináh” o canto, “Pitzur” o insistencia, “Keriáh”o llamado, “Niful” o caída, “Pilul” o reflexión, “Peguiáh” o contacto y “Tejináh” o gracia y el verbo de esta última, precisamente es “Vaetjanán” o imploré.

Moshé nos da un orden a nuestras oraciones. No podemos simplemente orar en el nivel más bajo con un “dame” o con un “ayúdame” pues sería ingrato completamente, parecería más una exigencia que una súplica. ¿Cómo podríamos pedir algo sin antes reconocer la grandeza del Eterno? 

Y aquí es donde nos preguntamos: ¿Por qué debemos decirle que es santo, poderoso, grande? ¿Es que no lo sabe? ¿Es Dios un egocéntrico que necesita que se lo estemos recordando? ¡Claro que no! Dios es Omnipotente, Omnisciente y Autosuficiente. Supremo y perfecto per se.

Lo hacemos para asegurarnos de que nosotros mismos tomemos conciencia de ello, para que lo hablemos y nos escuchemos. Para que lo recordemos, que sepamos quién es ese Dios al que estamos dirigiéndonos y a quien le vamos a pedir ayuda. Exaltar a Dios beneficia al ser humano. Es un camino para conectarnos con lo divino, cultivando una relación con Dios, desarrollando la espiritualidad.

En el verso 9 del capítulo IV, dice Moshé al Pueblo:

Rak hishamer lejá ushemor nafsheja, me’od pen-tishkaj et-hadvarim asher-ra’u eyneyja ufén-yasuru milvaveja kol yemey jayeyja, vehodatam levaneyja velivney vaneyja.

Únicamente sed precavidos de vosotros y sed precavidos de vuestra alma, para que no olvidéis las cosas que vieron vuestros ojos y para que no las quitéis de vuestro corazón en todos los días de vuestra vida, y las hagáis conocer a vuestros hijos y a los hijos de vuestros hijos.

Se repite el mandamiento de transmitir a hijos y nietos nuestra fé. Como se dice en Devarim: “Estas palabras que hoy te enseño estarán sobre tu corazón y las repetirás a tus hijos” y en el Talmud: “El padre que enseña la Toráh  a su hijo, tiene el mismo mérito de quien la recibió directamente en Har Sinay” (Bereshit 10) y “No se puede suspender la instrucción de los niños ni aún para construir el Templo de Jerusalem” (Shabbat 1-19).

“Instruye al niño en su camino, y aún de anciano no se apartará de él”, dice Mishlé (Proverbios) 22:6 y el Talmud en Sucá 42-1 dice que “tan pronto como un infante pueda hablar, su padre debe instruirle en la Torá y en la lectura del Shemá” y no solamente eso, sino un oficio, pues dice el Talmud también en Kudishim 29-1 “Quien no enseña a su hijo un oficio, es como si le indujera a la delincuencia”.

El “Shemá” nos instruye como padres a enseñar estas palabras a nuestros hijos. Con ello les transmitimos la fe y creencias fundamentales del judaísmo. Les ayudamos a afirmar la creencia en un Dios único. Les ayudamos a conectarse con su identidad judía y comprender su pertenencia a una comunidad religiosa y cultural. Esto también refuerza la cohesión entre los miembros de la familia, y les da a los niños un sentido de seguridad, propósito y significado. Establece hábitos espirituales en nuestros hijos y les da las habilidades del aprender, memorizar y comprender los versos bíblicos en hebreo.

Desde los versos 25 hasta el 40 son los que se leen en Tishá beAv, donde Moshé advierte al Pueblo lo que le pasará si se apartasen del camino que el Eterno le ha señalado, habiendo acontecido, y aún así, dicen los versos 30 y 31:

Batsar leja umetsa’uja kol hadevarim ha’eleh, be’ajarit hayamim, veshavta ad-Adonay, Eloheyja veshamata bekolo.

Ki El rajum Adonay, Eloheyja, lo yarpeja velo yashjiteja, velo yishkaj et-brit avoteyja asher nishba lahem.

Cuando estéis afligidos y todas estas cosas os hayan acontecido, al final de los días, regresaréis al Eterno, vuestro Dios y escucharéis su voz.

Pues el Eterno, vuestro Dios, es un Dios compasivo, Él no os abandonará ni os destruirá, y Él no olvidará el pacto que Él juró con vuestros antepasados.

Aquí vemos el paralelismo con la haftará en Isaías, Cap. XL: 1-2: “Consolad, consolad a mi pueblo, dice vuestro Dios. Hablad al corazón de Jerusalem y decidle a voces que se ha cumplido el tiempo que le fue fijado para su servidumbre; que ha sido perdonada su iniquidad, porque ha recibido de manos del Eterno el doble por todos sus pecados”.

Existen en el judaísmo pecados-transgresiones contra el hombre, contra uno mismo y contra Dios y esto nos da una clara guía en la reparación del daño. Decía Moréh Israel el shabbat pasado que los pecados contra los humanos, no pueden ser perdonados por Dios, sino por aquél contra quien hemos pecado. Los pecados contra Dios, Él mismo nos ha proporcionado dos herramientas valiosísimas para lograr su perdón: la oración y el arrepentimiento. Notemos cómo la Toráh habla de que primero hemos “regresado al eterno” y la haftará de “hemos cumplido el tiempo de servidumbre”, es decir, hemos reparado el daño. Esta reparación para con Dios debe ser un cambio en nosotros que nos lleve a no volver a pecar, o al menos a tener la intención sincera de no volver a hacerlo.

En el capítulo 5, verso 12 se da el uso de una palabra por otra, con respecto a los mandamientos en Har Sinay: “Zajor et yom haShabat lekadeshó…” (Recuerda el día de Shabat para santificarlo…) y Moshé usa la palabra “Shamor”: Shamor et-yom hashabat lekadsho ka’asher tsiveja Adonay Eloheyja (Guarda el día de Shabat para santificarlo, tal como te ordenó el Eterno, tu Dios).

El Talmud dice que no fue Moshé sino Dios quien cambió la palabra, recitando ambas al mismo tiempo, lo que es incomprensible para un mortal, y es la razón por la que Shlomó haLevi el-Kabetz escribió en el Lejá Dodí: “Shamor veZajor bedibur ejad, hishmianu El haMeyujad” (Guardar y observar el Shabbat nos hizo oír  el Dios único en una sola palabra)

El Rambam explica que el mandamiento de “Recuerda del día de Shabat para santificarlo” implica: “Las naciones de los gentiles dieron a cada día un nombre propio, pero Israel cuenta todos sus días con referencia al Shabbat, y esto procede del mandamiento que nos fue dado de recordar (Zajor) el Shabbat constantemente, siempre y cada día.

En el capítulo VI, versos 4 al 9 se vuelve a leer la declaración de fe de todo judío que se precie de serlo; el Shemá Israel, que comentaré separado por expresiones: 

Shma, Yisra’el: Adonay Eloheynu, Adonay Ejad. 

Escucha, Israel: el Eterno es nuestro Dios, el Eterno es Uno. 

La palabra “Ejad” no sólo significa “Uno” sino también “Único”.

Ve’ahavta et-Adonay, Eloheyja, bejol-levavja, uvejol-nafsheja uvejol-me’odeja.  

Amarás al Eterno, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todos tus medios. 

Aquí no se usa la palabra “Lev” que significa corazón, sino una forma especial que dice “Levav” y alude a las dos inclinaciones del ser humano (Yétzer Tov y Yétzer Hará) al bien y al mal. Con todo tu corazón es con ambos impulsos.

Vehayu hadevarim ha’eleh asher anoji metsaveja hayom al-levaveja. 

Y estas palabras que yo te ordeno hoy estarán sobre tu corazón. 

La ordenanza se conoce en el griego antiguo como el “diotagma” u ordenanza nueva del rey por escrito que todos corren a leer.

Veshinantam levaneyja vedibarta bam beshivteja beveyteja, uvelejteja vaderej, uveshojbeja uvekumeja. 

Las enseñarás diligentemente a tus hijos y hablarás de ellas cuando estás sentado en tu casa, mientras andes en el camino, cuando te acuestes y cuando te levantes. 

Hay aquí una inteligentísima forma de escritura, para no confundirnos si nos acostamos a medio día, o nos levantamos por la noche, la Torá habla de “cuando te acuestes y cuando te levantes” después de hablar de que sea “en tu casa”, es decir, a la usanza común, noche y mañana.

Ukshartam le’ot al-yadeja vehayu letotafot beyn eyneyja. 

Átalas como una señal sobre tu brazo y como insignia entre tus ojos. 

Esta es una clara alusión al Tefilín. Usa la palabra “totafot” para referirse a la señal sobre la cabeza y se traduciría como “diadema”, y no como “filacteria” que proviene del griego Phylacterión o talismán.

Ujtavtam al-mezuzot beyteja uvish’areyja.

Y escríbelas en las jambas de tu casa y sobre tus portales.

La expresión en las jambas de tu casa, se refiere a la Mezuzá de la puerta de entrada, y “portales” a otras entradas, como las puertas que dan al patio o a las habitaciones.

Estas son las primeras palabras en hebreo que se deben enseñar a un niño, y las últimas que dirá un judío al morir. Dice el Talmud que “Escucha” no se refiere a los oídos, sino al corazón, en el idioma que lo oigas, aunque no lo entiendas, llegarán a lo profundo de tu corazón y tu alma. El primer verso, siempre está escrito con la primera y la última letras (Áyin y Dálet) significativamente más grandes, pues juntas forman la palabra “Ed” que significa “Testigo”, que, como dice Isaías: “Vosotros sois mis testigos, ha dicho el Eterno” y nosotros con esto atestiguamos, en efecto, la divinidad de Dios.

Dice la haftará en Isaías, Cap. XL: 25-26: “¿A quién pues me comparáis para que yo le sea igual?, dice el Santo. Levantad hacia lo alto vuestros ojos y ved: ¿Quién creó estas cosas? El que hace salir diariamente el ejército de los astros de los cielos, y llama a cada uno por su nombre; a causa de la grandeza de sus fuerzas y de la pujanza de su poder, ninguno de ellos llega a faltar”.

Estamos en un tiempo en que hay una infinita gama de posibilidades de observar una creencia religiosa, desde el budismo, hinduísmo, cristianismo, islam y por supuesto el judaísmo. Todas estas expresiones, tienen  una gran cantidad de divisiones internas que han hecho casi imposible que nuestra juventud clarifique su mente y tome conciencia del concepto de “verdad” y de manera informada pueda decidir. Cada uno cree a pie juntillas que son poseedores de la verdad, y esgrimen miles de argumentos. El budismo sin dioses. El Hinduismo con miles de ellos. Las religiones abráhamicas con nuestro Dios, el Eterno.

Dios nos invita por este medio entonces, a no compararle, sino abrir los ojos físicos y de la mente para entender que lo creado no puede haberlo sido solo, y salir de la nada. “De la nada, nada puede surgir” (ex nihilo nihil fit, decía Parménides). No hay una nada “ontológica” de donde surge todo de manera indiscriminada. Hay un “principio inmanente” como lo expresa Spinoza, en oposición a la causa transitiva de todas las cosas. Dios es la causa de todas las cosas que residen en él.

Shabbat Shalom!

Yitzhaj ben-Avraham veSaráh

11 de Av de 5783
29 de julio de 2023

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