Parasha Vayeshev
diciembre 13, 2020
Parashat Vayejí.
enero 3, 2021
Muestra todo

Parashat Vaigash

Génesis 44, 18-47, 27 / Ezequiel 37, 15-18

אני יוסעפ

Siempre hemos hablado de lo difícil que es ser judío, tanto que inclusive lo comentamos con cierta vehemencia a los prosélitos y a quienes se acercan a nuestra comunidad con inquietud de convertirse. Quienes hemos recorrido ese camino, además sabemos que junto con el reto que implica el judaísmo, nos encontramos con una soledad tanto física como anímica que surge por el rechazo, la ignorancia e inclusive los prejuicios que una sociedad como la nuestra tiene hacia el judaísmo.

Aún cuando me queda claro que cada caso es único, y que cada circunstancia se genera de acuerdo a una gran cantidad de variables personales y contextuales, existe una circunstancia que se presenta con cierta frecuencia, y es la del rechazo de algunos miembros de nuestras familias por la decisión que hemos tomado. Ciertamente, para cualquiera de nosotros una experiencia de este tipo puede ser muy difícil de sobrellevar sobre todo en una cultura como la nuestra en que la familia tiene un peso muy importante en nuestras vidas y el alejamiento de la familia puede ser un hecho muy duro y doloroso.

Iosef pasa por un evento sumamente traumático, además de la vida de esclavo vendido y las duras experiencias por las que vivió, seguramente la traición de sus hermanos fue la herida más grave y fuerte que pudo haber recibido. Traicionado por sus hermanos, es casi posible imaginar todo lo que pasó por su mente todos los años que pasó esclavizado… pero sobre todo lo que pudo haber pensado al volver a encontrarse con sus hermanos, estando él ya en una posición de poder y fuerza. Seguramente le costó muchísimo trabajo reprimir cualquier deseo de venganza y de hacer sufrir a aquellos que merecían un justo castigo en retribución por los años de sufrimiento que vivió, y seguramente podría decir que sería una acción justa ante Dios y los hombres.

Los vió, les puso una prueba y una trampa… y al final se reveló ante ellos… “Soy Iosef” y perdonó a sus hermanos.

Iosef que había vivido muchos años lejos de su familia y aún así conservó su amor a Dios, y sus leyes y mandatos, vivió entre otros que no pensaban como él, que no veían a Dios como él y aún así se mantuvo fiel. Alejado de su familia, tal y como los judíos nos encontramos el día de hoy… alejados física y en muchos casos espiritualmente.

La historia de Iosef la podemos trasladar al día de hoy con nuestra propia situación en el

mundo. El pueblo judío se encuentra tanto en la Tierra de Israel como en la diáspora, en un mundo donde es cada día más evidente la necesidad de que el pueblo judío realmente sea la Luz del Mundo, y que con su ejemplo pueda lograr que este mundo realmente tenga una real transformación, sin embargo, parecería que en ocasiones estamos más ocupados en pelear nuestras diferencias, que partir de aquello que tenemos en común y que debería de ser la plataforma para lograr unirnos y completar nuestra misión en este mundo, acorde a nuestras circunstancias particulares y matices personales.

Somos una gran tribu, una gran familia, y al igual que toda familia es normal que surjan

diferencias y que en ocasiones ellas nos lleven al distanciamiento y al enojo, pero aún así debemos siempre de buscar hacer la diferencia y dar siempre el primer paso…. al igual que Iosef, aceptar lo que somos y ponernos un paso adelante de los demás en la búsqueda tanto de la unión de nuestra tribu, como en nuestra labor en la construcción del mundo venidero.

Pero al igual que Iosef, que dió el primer paso para perdonar, no debemos de olvidar a Iehúda que sobreponiéndose al temor al encontrarse ante el segundo en Egipto, se armó del valor necesario para protestar ante lo que era una injusticia, no importando el que con esa acción pudiera ponerse en mal ante el virrey de Egipto, la nación más poderosa de su época.

Esta acción, que pudiera pasar desapercibida en la narración de la historia de Iosef, nos da pie a entender algo de la naturaleza del judío, esa posición de respuesta y de incomodidad ante la injusticia y lo que no es correcto, dando un paso adelante para protestar y en muchas de esas ocasiones poniéndose en una posición vulnerable por la defensa de sus ideales. No importa, eso es lo que hacen los judíos.

Lo hermoso de la Parasha de esta semana radica en los extremos de la personalidad del

pueblo judío y que lo hacen tan especial ante el mundo… por un lado lo intenso de las creencias particulares de los judíos que llegan a hacer que discutamos y en ocasiones nos alejamos de nuestros hermanos, por lo que una asignatura constante entre nosotros es la búsqueda de los elementos en común que tenemos como pueblo, y que nos permite identificarnos como una sola nación. Y por otro lado, esa misma terquedad en nuestras creencias que nos obliga a dar “el primer paso” en todo, y ponernos delante de aquellas ideas y acciones que sabemos que son justas y nos permiten construir un mundo nuevo, acorde a la ética que hemos aprendido en nuestra cultura.

Vivimos insertos en una sociedad que es muy diferente a lo que pensamos y creemos, somos la diáspora de Israel y como en casi todas partes, somos una minoría muy pequeña en una sociedad con algunos valores compartidos, pero con muchos de ellos diferentes y hasta extraños. Nuestro trabajo es ser el ejemplo de ética y comportamiento en esta sociedad, que la misma vea que realmente estamos construyendo un mejor mundo y por lo tanto vale la pena que compartamos ese trabajo.

De esta forma, como un pueblo unido, podremos ser realmente un pueblo de sacerdotes que guía e ilumina al mundo.

Tevet 11, 5781.
Dic. 26, 2020.

Elad ben Avraham ve Saráh

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