Parashat Vayejí.
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HAFTARÁ BESHALAJ
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HAFTARÁ SHEMOT-JEREMÍAS

Bien se ha dicho que la ingratitud conduce a negar a Dios. Con corazón ingrato obró el nuevo faraón de Egipto quien “nada sabía de José…” (cfr. Éxodo-Shemot 1.8). ¿Cómo resultó ser posible que el faraón ignorase todo el bien hecho por José, con el que hizo posible para Egipto llegar a convertirse en la primera potencia del mundo? ¿Cómo explicar la respuesta dada por el faraón a Moisés ante el requerimiento de dejar salir a los hijos de Israel en libertad? Sólo la ingratitud pudo haber dado pie a una a la respuesta del gobernante: “Quién es Dios para que lo escuche? No conozco a Dios.” (Shemot 5.2).

La creencia en Dios se basa en la gratitud hacia Él, lo que explica el hecho de que, precisamente, al inicio de los Diez Mandamientos se encuentre la frase: “Yo soy el Eterno tu Dios; Quien te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de la servidumbre.”, frase ésta que habría de suscitar en los hijos de Israel un profundo sentido de gratitud (cfr. Shemot 20.2).

Si bien los mandamientos (mitzvot) de la Torá se dividen en mitzvot bein Adam leJaberó (mandamientos entre una persona y su prójimo) y mitzvot beit Adam leMakom) (mandamientos entre una persona y el Creador), en la unidad del ser humano se suelen confundir unos y otros, de modo tal que, quien es paciente lo será con su semejante y también con Dios. Quien es agradecido lo será con quienes le hacen bien, se trate de Dios o de alguna persona. Así mismo, quien es ingrato con alguien lo es así mismo con Dios, al punto de terminar desconociéndolo. En el Jovot halevavot o Código de los deberes del corazón, escrito por Rabeinu Bejaye ibn Pekuda en el siglo XI, se halla escrito que la motivación adecuada de la persona hacia Dios es la gratitud por todas las incontables bendiciones concedidas.

El profeta Jeremías contemporáneo del rey Josías, quien gobernó el reino de Judá entre los años 640 y 609 A.E.C., condenará la ingratitud de los hijos de Israel para con el Eterno, al olvidar su liberación de Egipto y el Pacto de la Alianza sellado para entregarse, en un ambiente de sincretismo   religioso, a sacrificios humanos, matanza de perros, comidas de cerdo y saludo a los ídolos.

La teshuvá o retorno a Dios, será el llamado hecho por el profeta tanto a Israel en el norte como a Judá en el sur. En el se representa al pueblo ingrato con la figura de una mujer despedida por su marido a causa de sus muchas fornicaciones. Por medio de Jeremías el Eterno llama al pueblo con palabras como las siguientes: “Vuelve Israel, apóstata…no seré rencoroso para siempre con tal que reconozcas tu iniquidad… Volved, oh niños apóstatas… porque soy vuestro amo y tomaré a uno de cada ciudad y dos de cada familia y os traeré a Sion…” (cfr. Jer. 3,14) La exhortación hecha al pueblo, es sucedida por el anuncio de la restauración mesiánica en la que se hará realidad la anhelada unidad del Reino, con la reanudación de la tradición de David y de Salomón (Ibidem 3.22).

También hoy, como en los tiempos del profeta Jeremías, cada judío está llamado a reconocer sus propios pecados de idolatría, a asumir la culpa para, con arrepentimiento y gratitud, volver al Padre quien nos acoge. Sólo de esta manera será posible alcanzar la tan anhelada unidad de todos los judíos, sin exclusión, pues como lo ha establecido el Talmud de Babilonia, en su Tratado Shevuot 39ª: “kol Israel arevim ze lezé.”, que en español significa: “todo judío es responsable por su hermano”, principio fundamental éste del judaísmo. No se trata de ser simple espectador sino un actor de la historia, con el firme propósito de hacer del mundo un mundo mejor a partir de la unidad plena del pueblo judío y el consecuente advenimiento de los tiempos mesiánicos.

Que la gratitud para con el Eterno aflore de nuestros corazones día tras día, elevando al despertar la oración: “Modé ani lefaneja. Melej jay vekayam. Shehejezarta bi nishmati bejemelá rabá emunateja”; “Te doy gracias, Rey viviente y eterno, porque con tu compasión me has devuelto el alma. ¡ Grande es tu fidelidad!