Como inquisición, Santa Inquisición o Santo Oficio se conoció el conjunto de instituciones dedicadas predominantemente a la supresión de la herejía en el ámbito de la Iglesia Católica. Hereje era todo bautizado que negara uno o más de los dogmas o verdades de fe definidas como tales por la misma Iglesia. En la Edad Media la herejía era castigada con la pena de muerte.
En el año 1184 fue fundada la Inquisición medieval en el sur de Francia para combatir a los Cátaros o Albingenses, por entonces la institución se encontraba dirigida por los obispos como autoridades eclesiásticas del orden local. En 1229 el Concilio de Tolosa creó los llamados “inquisidores de la fe” para culminar el proceso de destrucción de la herejía maniquea, originada en Persia. De este modo se dio origen al llamado Tribunal del Santo Oficio.
Fue hasta 1249 cuando la Inquisición se tornó una institución de carácter estatal con su implantación en el reino de Aragón en la península Ibérica. Poco más tarde, se extendió al vecino reino de Castilla dándose así inicio a lo que se conocería como la Inquisición Española bajo el auspicio monárquico y cuya vigencia en España se dio entre 1478 y el 8 de diciembre de 1812, fecha esta última en la que, en plena invasión napoleónica, las cortes generales y extraordinarias del Reino decretaron su abolición.
La Inquisición en América habría de tener dos expresiones: la Inquisición Portuguesa (1536-1821) y la Inquisición Romana en Hispanoamérica (1.542-1865). El accionar de la Inquisición se dirigió principalmente a personas acusadas de herejía, de judaizar en secreto, de brujería o de homosexualidad.
INQUISICIÓN ESPAÑOLA
Con la muerte del rey Juan I de Castilla en junio de 1390, los judíos quedaron sin protector en España. El 4 de junio de 1391 fueron prácticamente destruidas las juderías de Sevilla, Córdoba, Montoro, Jaén, Tudela, Madrid, Segovia y Barcelona, entre varias más. Cerca de 50 mil judíos perecieron en manos de las enardecidas turbas cristianas, una sexta parte del total de la comunidad judía por entonces existente en España.
La conversión, en la mayoría de los casos forzada, de los judíos al catolicismo, no los libro del sufrimiento y la persecución. Los conversos conocidos también como cristianos nuevos o marranos, eran sujetos de sospecha por parte de la Inquisición que ponía en duda su lealtad a la Iglesia. La práctica secreta de la fe judía habría de tornarse extremadamente peligrosa en España. La Iglesia se empeñó de manera obsesiva en evitar que los judíos “contaminaran” a los cristianos nuevos, alejándolos de la fe católica para hacerlos retornar al judaísmo.
El 2 de enero de 1412 el monarca Juan II cedió ante las presiones del monje benedictino Vicente Ferrer, canonizado por la Iglesia Católica, dándose así inicio a la aplicación de las disposiciones del Concilio de Letrán dictadas dos siglos atrás. Las disposiciones prohibían a los judíos, entre otras actividades las de comer, beber o conversar con los cristianos; usar paños de valor superior a 30 maravedíes por vara; afeitarse o cortarse el cabello o ejercer oficios como: recaudador de impuestos, droguista, cirujano, medico, carnicero, fundidor, costurero de ropa para cristianos o arriero. Tan sólo el préstamo de dinero era autorizado a los judíos.
A pesar de lo expresado por el propio Papa Nicolás V, en el sentido de que el “cristiano nuevo” sería un cristiano como los demás salvo que se probara que judaizaba en secreto, la Iglesia en los reinos de España persistió en su encarnizada persecución. Tampoco valió para poner fin a dicha situación el recordatorio hecho por el rey Fernando de Aragón considerando a los judíos “nuestros vasallos” y “nuestras arcas”, dignos por consiguiente de protección.
En 1482, apartándose esta vez del criterio del Papa Sixto IV sobre la necesidad de moderar el accionar de la Inquisición en Castilla, Miguel de Torquemada, fraile benedictino, descendiente de judíos conversos, quien llegaría a ser confesor de la reina Isabel la católica y Nuevo Inquisidor General a partir de 1483, propuso a los Reyes Católicos como una solución radical la expulsión de los judíos de España para que los cristianos nuevos no se desviaran de la fe católica, considerada por el fraile y la Iglesia como la única y verdadera fe.
Miguel de Torquemada logró extender su competencia a los reinos de Toledo, Aragón y Castilla, instruyó más de 100 mil casos que involucraban a judíos y cristianos nuevos, enviando a más de 2 mil acusados a la hoguera. Culminada triunfalmente la reconquista del reino musulmán de Granada el 2 de enero de 1492, Miguel de Torquemada pidió al Consejo Real que acabara con los últimos infieles que aún quedaban en España, colocando así a los judíos ante la alternativa de convertirse al catolicismo o someterse al destierro. El 1 de marzo de 1492 se exhibió en los reinos de Castilla y Aragón el decreto de expulsión de los judíos.
A los argumentos a favor de la comunidad judía expuestos por Luis de Santángel, cristiano nuevo y miembro del Consejo Real, Miguel de Torquemada replicó que la herejía judaizante era un tumor maligno que debía ser extirpado. El 12 de abril de 1492 Isaac Abravanel, rabino y tesorero de la Corte, quien financiara la guerra contra los musulmanes, solicito audiencia a los Reyes Católicos para pedir la anulación del decreto de expulsión de los judíos. A Isaac Abravanel lo acompañó una nutrida delegación de judíos y no judíos, entre diplomáticos, banqueros, altos funcionarios, nobles, médicos e incluso obispos. Los esfuerzos fueron infructuosos, Fernando de Aragón terminó por ceder ante las pretensiones de su esposa Isabel de Castilla y de su confesor y consejero, Miguel de Torquemada.
El 2 de agosto de 1492, Tisha B´Av , 9 del mes hebreo de Av, fecha de conmemoración de la destrucción del primero y segundo templos de Jerusalén, los últimos judíos abandonaban Sefarad, España, no obstante haber sido su presencia en el territorio peninsular muy anterior a la de los cristianos y musulmanes. Muchos de ellos se enrumbaron hacia Portugal, Navarra o a tierras del islam. Justo en esa misma fecha Cristóbal Colón, de quien se dice era descendiente de judíos conversos, zarpó del puerto de Palos de Moguer para surcar el mar occidental que lo llevaría a un nuevo mundo.
Por causa de la Inquisición se estima que unos 145 mil judíos abandonaron España. Cerca de 93 mil pudieron haberse instalado en Turquía, 20 mil en Marruecos, 10 mil en Argelia, 9 mil en Italia, 3 mil en Francia, 2 mil en Holanda, 2 mil en Egipto y 1 mil en Grecia, Hungría, Polonia y los Balcanes. A América arribarían unos 5 mil en calidad de cristianos nuevos. No obstante, la huella de la presencia judía y mora en la península ibérica permanece, no sólo en términos de cultura sino también de demografía. Según investigaciones adelantadas por las universidades Leicester y Pompedeu Fabra, bajo la dirección de Mark Job, cerca del 20% de la herencia genética de la actual población española resultaría ser de origen judío sefaradí y 11% norafricano. Se estima también que entre 40 y 60 millones de iberoamericanos resultarían ser b’nei anusim, es decir, descendientes de judíos que en su mayoría fueron forzados por la Inquisición a abandonar la fe judía.
La destrucción de la comunidad judía española ha sido considerada como el episodio más trascendente en su historia desde mediados del siglo II E.C.
La Inquisición en manos de la Corona fue empleada como instrumento para fortalecer la unidad política y religiosa de España, así como para expropiar a los judíos y a los conversos de sus fortunas, pasando éstas en buena parte a manos de nobles que habrían acudido precisamente a beneficiarse sus servicios financieros. Por otra parte, la Iglesia al pretender destruir la presencia judía en España buscaba también superar el reto que para ella y sus dogmas representaba la existencia misma del pueblo judío que perseveraba, a pesar de las vicisitudes, en mantener incólumnes su fe en el Dios uno y único, la observancia de la Torá y la convicción de ser el pueblo escogido por Dios con una misión universal.
LA INQUISICIÓN EN AMÉRICA
El elemento israelita predominante en las Indias Occidentales fue de nacionalidad portuguesa. El vocablo “portugués” significaba en el imaginario popular de Hispanoamérica ser judío. A pesar de que en el siglo XVI vinieron a América muchos judíos conversos españoles, en dicho siglo y en el XVII, los portugueses constituyeron el núcleo de los judíos en el continente.
Para 1513 un apreciable número de conversos vivía en tierra firme americana. Los cristianos nuevos solían gozar de la protección de los cristianos viejos, dado que aquellos, dedicados de preferencia al comercio de mercaderías, proveían al resto de la población de productos a precios y condiciones favorables introducidos al territorio por contrabando.
De acuerdo con el canónigo de Ciudad de México, Ángel María Garibay, durante el siglo XVI las principales figuras de la Nueva España eran conversos, con excepción de los representantes del gobierno; similar situación pudo haberse presentado en la Nueva Granada, hoy Colombia, y en el Perú. Pedro Colmenares en 1559 pediría al rey de España enviar la Inquisición a la Nueva Granada, dado el gran número de judíos y moros conversos que vagaban por el Virreinato.
Tres tribunales del Santo Oficio fueron creados en la América Española, los de México, Lima y Cartagena de Indias, justo los lugares donde pudo haberse concentrado el mayor número de judíos conversos debido a las actividades económicas asociadas a la explotación de la plata y el comercio de esclavos. Como antecedente a la creación de estos tribunales cabe señalar que el Tribunal del Santo oficio en América se estableció por vez primera en la isla de Santo Domingo conocida en ese entonces como La Española. Fue el cardenal Adrián de Utrech, Regente del Reino e Inquisidor General de España, quien nombró a Pedro de Córdoba inquisidor de las tierras descubiertas o por descubrir. Poco después, consumada la conquista de la Nueva España, Fray Martín de Valencia, franciscano, fue nombrado por Pedro de Córdoba comisario de la Inquisición en México, a pesar de que por ser aquel franciscano no tenía bula papal ni permiso para ejercer dicho oficio, privilegio exclusivo de los dominicos. A su muerte Córdoba fue sucedido por el dominico fray Vicente de Santa María.
Con las “Ordenanzas” promulgadas por Hernán Cortés en 1520 se dieron los primeros pasos de la Inquisición en México, poco antes de la caída de Tenochtitlán y del proceso de idolatría iniciado por Nuño Beltrán de Guzmmán contra Canzontzin, señor de los Tarascos.
En 1535 el Inquisidor General de España y arzobispo de Toledo, Alfonso Manrique, expidió el título de Inquisidor Apostólico al primer obispo de México, Juan de Zumárraga, quien a pesar de no considerar prudente por entonces establecer la Inquisición en México, procesó a un indígena, señor principal de Texcoco, bautizado con el nombre de Carlos y nieto de Netzaualcóyotl, bajo la acusación de sacrificar víctimas a sus dioses ancestrales. Carlos fue conducido a la hoguera en plaza pública el 30 de noviembre de 1539. Fue, no obstante, hasta el año 1571 que el doctor Moya de Contreras, Inquisidor Mayor de España, estableció en México el Tribunal de la Fe, hecho que ha sido considerado por los estudiosos del tema como es establecimiento oficial del Santo oficio en México.
Por su parte, fray Tomás de Torquemada, pariente de Juan de Torquemada quien se ocupara de la historia indiana de México, desarrolló y aplicó reglas más estrictas para el Santo Oficio tales como la inviolabilidad del secreto de los testigos, la adopción del tormento y la confiscación de bienes. Así mismo, estableció períodos de gracia para la denuncia de sí mismo, la abjuración de los errores, la recepción de denuncias de padres contra hijos y de éstos contra sus padres, y la separación del proceder de los tribunales conocidos del derecho común.
Los datos sobre el número de procesados y condenados por la Inquisición mexicana son, como en el resto de Hispanoamérica, disímiles. Luis Gonzáles de Obregón estima que se pronunciaron 51 sentencias de muerte en México por parte del Santo oficio. Llorente, por el contrario, estima que tan sólo en 1481 hubo 21 mil procesos.
Cabe anotar que en 1642 fueron arrestados 150 judíos de origen portugués convertidos al catolicismo, acusados de judaizar. El 11 de abril de 1649 se realizó el auto de fe más grande que hubiera tenido lugar en la Nueva España, en el que 12 de los acusados fueron quemados luego de haber sido estrangulados y 1 quemado vivo. Sonado caso fue también el de Luis de Carvajal y de la Cueva, próspero comerciante judío convertido al catolicismo, quien fuera objeto de acusaciones relacionadas con el giro de sus negocios y de judaizar. Su esposa Francisca, de fe judía, y sus hijos Isabel, Catalina, Leonor y Luis fueron torturados junto con Manuel Díaz, Beatriz Enríquez, Beatriz Enríquez, Diego Enríquez y Manuel Lucena, todos fueron quemados en el emblemático Zócalo de Ciudad de México, salvo Luis quien presa del terror tomó la decisión de suicidarse lanzándose por un ventanal al vacío. En cuanto a Luis de Carvajal y de la Cueva se sabe que murió poco antes de ser desterrado de México.
A los judaizantes se les obligaba a llevar perpetuum, hábito penitencial de color amarillo con dos aspas coloradas de San Andrés, indumentaria conocida como sambenito. Las penas impuestas a los reos de delitos no castigados con la muerte eran, por lo general, auto, vela, soga, mordaza, abjuración de Leví y destierro. En rigor se aplicaban entre 100 y 200 azotes. Figuraban como delitos los de renegar de Dios, de la Virgen y de sus santos, el amancebamiento, la fornicación y la sodomía.
El decreto de abolición de la Inquisición en México se promulgó en 1813, pero no fue sino hasta 1820 que dicha institución fue definitivamente abolida en el país. Su jurisdicción comprendió no solo el territorio de la Nueva España, sino también las islas Filipinas. La sede del Santo Oficio se ubicó en donde queda el actual Museo de Medicina de la Universidad Autónoma de México (UNAM), sobre la calle República de Brasil, en pleno centro histórico de la Ciudad de México.
En cuanto al Tribunal de la Inquisición de Lima, cabe mencionar que inicialmente su jurisdicción se extendió a lejanos territorios entre sí como el Mar del Plata actuales repúblicas de Argentina y Uruguay, el Alto Perú hoy Bolivia, la Nueva Granada hoy Colombia y Panamá, y Venezuela. Fue Salvador Méndez Hernández el primer judío sefardí perseguido en la Nueva Granada por el inquisidor Cerezuela Bustamante. Méndez, para fortuna suya, logró escapar oportunamente y fue quemado tan sólo en estatua en Sevilla, España.
En 1610 se instaló en Cartagena de indias el Tribunal de la Inquisición, que opero por espacio de 226 años hasta 1821. La historiadora Ana María Splendiani sostiene que en los primeros 50 años del Tribunal más de 150 nombres de judíos aparecieron en actas, de estos 50 corresponden a procesados. Por su parte, el investigador Itic Croituro Rotbaum da cuenta de la existencia de una sinagoga en Cartagena de Indias, en casa de con Blas de Paz Pinto, acusado de judaizar y de ser “capataz de judíos”, es decir rabino. Blas de Paz Pinto murió como consecuencia de la tortura del potro a que fuera sometido para que delatara a 13 presuntos judíos. El Tribunal le fue arrebató, además, 50 mil pesos apreciable suma de dinero en aquél entonces.
Entre 1626 y 1627 la Inquisición en Cartagena recibió denuncias contra portugueses y proceso un primer grupo grande de ellos, 13 en total. Entre los acusados se encontraba el zapatero Juan Vicente, proveniente de Campo Mayor en Portugal, quien fuera conducido a la hoguera. Otros acusados de judaizar en 1626 fueron: Antonio Rodríguez, Baltazar de Araujo, Diego Rodríguez Núñez, Domingo de Acosta, Francisco de Luna, Pedro de Abreu y Luis Franco Díaz. Quedaron en las mazmorras secretas de la Inquisición en espera de sentencia: Antonio Méndez, Juan Rodríguez Pardo, Luis Rodríguez, Pedro López de Vaccal y Sebastián Rodríguez.
Fueron varios los problemas que tuvo que afrontar el tribunal de la Inquisición en Cartagena de Indias para cumplir su cometido con todo rigor: carencia de personal idóneo para el desempeño de los cargos, el no pago oportuno a sus funcionarios, corrupción, soborno, abusos, discordia entre los inquisidores entre sí y entre éstos y el clero y otras autoridades.
Cartagena llegó a ser una auténtica Torre de Babel donde un buen número de extranjeros se movía con relativa libertad. La influencia de los conversos portugueses se extendía de Cartagena a Panamá, Lima y el interior del Virreinato de la Nueva Granada: Remedios, Santafé hoy en día Bogotá, Tunja, Pamplona, Popayán y Cali.
Los judíos, bien como tales o bien como conversos o cristianos nuevos, se hicieron presentes en todos los acontecimientos ligados con la vida española en el Nuevo Mundo. Fueron infructuosos los intentos de la Corona de impedir el paso de descendientes de los relapsos a las colonias, debido a los sobornos a ministros de la Casa de Contratación de Sevilla y a la falsificación de pruebas documentales. Los judíos conversos lograron construir una intrincada red de comercio en ambas márgenes del Atlántico, lo que hizo que la burocracia real y comerciantes no judíos, consideraran su influencia como una amenaza. Los conversos fueron vistos como potenciales conspiradores al servicio de la Compañía de las Indias Occidentales fundada por Holanda en 1621, con participación de boyantes judíos sefarditas asentados en Amsterdam.
Por último, sea oportuno citar las palabras pronunciadas por el historiador colombiano Germán Arciniegas, consignadas por el diario “La Nación” de Buenos Aires el 17 de diciembre de 1988, así:
“…cuando Israel no era sino una utopía irrealizable, ya en el continente cuya invención nació del viaje de 1492, había tres o cuatro generaciones de hebreos que, con disimulo y tapados, empezaron a llegar a la colonia española…quien diga en la noche, que la sangre judía que tenga en sus venas, se fije en un solo brazo y se lo corten, debe suicidarse porque puede suceder que al despertar, pueda estar más manco que la Venus del Milo…hay que dar gracias a Dios porque al juntar las dos manos: en una la sangre cristiana y en otra, la hebrea”.
Menajem ben Abraham ve Sara
28 Sivan 5779
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