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Parashá Behaalotejá

(Bamidbar 8:1 – 12:16)

La tercera sección del libro Números, comienza con el momento en que Dios pide a Moshé instruir a Aharón en el encendido (behaalotejá en Hebreo) de las lámparas del Candelabro del Tabernáculo. Continúa con las preparaciones finales para la partida del pueblo judío del monte Sinaí y los acontecimientos que tuvieron lugar en la primera parada en el desierto.

En esta Parashá, encontramos tres grandes temas cuya importancia trascienden el tiempo y el espacio en los que fueron establecidos, y aún cuando una lectura simple pudiera indicarnos que lo escrito en ella está fuera de época, en realidad tienen hoy mucha más vigencia a la luz de la historia del pueblo judío.

En primera instancia, las instrucciones dadas a Aharón parecerían que lo hacen menos en el servicio al Tabernáculo, dado que les es otorgado a los Levitas, sin embargo, cuando El Eterno le confía el cuidado del candelabro (Menorá), parecería que le está dando un premio de consolación por alejarlo del servicio en el Tabernáculo, sin embargo, Aharón será responsable no solo de encenderlo, sino además de asegurarse de que éste se mantenga estable y no se apague. Además, el establecimiento del servicio de los Levitas, incluyendo la edad de inicio (25 años) que parecería un poco avanzado para ello, tiene un significado muy especial al visualizarlo en nuestra época.

El aprendizaje en el judaísmo es largo, de hecho, podemos considerar qué es durante toda la vida. Este aprendizaje nos va preparando poco a poco para poder realizar nuestra misión en este mundo, donde decimos que debemos de ser su luz, una luz que es representada por el fuego en el candelabro del Tabernáculo. Y nosotros, como Aharón, somos responsables de encender ese fuego en las almas de quienes nos rodean, pero además debemos asegurarnos de que no solamente sea encendido, sino además que se mantenga y se conserve como la luz guía que deberá de alumbrar al mundo.

Ser judío no es fácil, y tanto el tiempo requerido por los Levitas para iniciar el servicio al Tabernáculo como el límite para ello, representa el esfuerzo continuo que un judío debe realizar de manera constante para poder ser un real agente de cambio y convertirse en la Luz que El Eterno nos exige para guiar a otros en el camino correcto. Tanto judíos como gentiles deben de ser dirigidos por nuestro comportamiento y nuestro actuar.

Lo que nos lleva a la segunda parte de esta Parashá, donde inicia el recorrido del pueblo a la tierra que El Eterno les ha prometido, pero que es un camino árido y con dificultades, en donde el pueblo se sentirá solo y en ocasiones olvidado por su Creador. La vida de un judío, sobre todo en la Diáspora, es exactamente igual. Estamos rodeados de personas que tienen otra visión de la vida y con costumbres en ocasiones muy arraigadas que hacen difícil que un judío pueda cumplir su misión y vivir acorde a las mizvot que le son importantes en su relación con El Eterno. Inclusive pudiera resultar más sencillo y fácil olvidarse de ellas e integrarse al entorno con la idea de “no destacar” y de esa forma evitar incluso hasta sentimientos de odio hacia él. Esto no hace sino más retadora la forma de vida del judaísmo, ya que aún en contextos adversos e inclusive en ambientes hostiles, es donde encontramos la fortaleza que nos da nuestro pacto con El Eterno y con ello reforzamos nuestras creencias de manera de que podamos cumplir nuestra labor. Aún cuando estos ambientes pudieran parecer que El Eterno nos abandona, en realidad, al igual que la nube que cubría El Tabernáculo y ofrecía sombra en el caminar por el desierto, siempre se encuentra a nuestro lado dándonos el apoyo y consuelo necesarios para continuar con nuestra labor, y recordándonos de manera constante el pacto que estableció con su pueblo.

Por último, Moshé nos da una gran lección de humildad en el nombramiento del consejo de ancianos para apoyarlo en su liderazgo. No podemos dejar de reconocer la importancia que tenía para el pueblo y su papel en la historia del judaísmo, y es evidente que Moshé era una persona extraordinaria y lo sabía. Sin embargo, al ceder autoridad sobre todo en los temas cotidianos de la relación entre las personas del pueblo, mostró esa personalidad al alejarse voluntariamente de una posición completamente dominante en los asuntos del día a día del pueblo. Tan importante fue esta acción, que El Eterno castiga a su propia hermana al hablar sobre esta acción de manera impropia y bastó tan solo una petición de Moshé para que fuera curada. Aquí encontramos lo extraordinario de Moshé, pues bastó tan solo una pequeña y corta oración al Eterno para que le fuera escuchada su petición.

De la misma forma, el considerarse pueblo elegido al pueblo judío, no es una distinción que lo coloca por encima de los demás pueblos. Esta distinción lo coloca por delante de ellos para servir de guía y ejemplo de lo que deberá de ser la relación del ser humano con Dios, y le otorga una gran responsabilidad, ya que esa posición nos ha sido dada por El Eterno y por ello estamos obligados a ser mucho más humildes pues reconocemos que cualquier cualidad excepcional que podamos tener es un regalo divino, y por lo tanto, un tesoro del que deberemos de dar cuenta al momento de terminar nuestro trabajo en este mundo.

Dios nos habla, pero no de manera continua ni en voz alta, ocasionalmente y de forma queda nos susurra en nuestra alma de la misma forma en que la voz de Dios no era oída fuera del Tabernáculo… es nuestro trabajo prestar atención a esa voz, que puede perderse en la cacofonía de ruidos de nuestra vida diaria, del mundo que nos rodea, de las obligaciones diarias, de las preocupaciones del trabajo y de nuestra vida familiar, y al hacerlo, transmitirla en cualquier tiempo y lugar de manera que podamos cumplir con nuestra obligación de ser la luz del mundo, y el pueblo elegido por Él para guiar a la humanidad.

Shalom

19 Siván 5779
Elad ben Abraham veSaráh

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