La parasha inicia con la mitzvá “Kadoshim tiú ki kadosh Ani Adonai elokeijem”; “Seréis santos porque Yo, el Eterno, vuestro Dios, soy santo” (Vaykrá 19.2). Pero, ¿qué significa ser santo? ¿En qué consiste la santidad? En Rashi y Rambán encontramos dos enfoques diferentes pero a la vez complementarios sobre el particular. Para el primero de ellos, Rashi, la santidad consiste en no practicar relaciones prohibidas por la Tora. Para el segundo, Rambán, no se debe ser “naval bereshut haTora”, es decir, “glotón con el permiso de la Tora”, lo que quiere decir que no se debe dar rienda suelta a la gratificación sin límite alguno con el pretexto de que la Tora no lo prohíbe; como cuando, por ejemplo, se come y bebe alimentos y bebidas kasher, pero sin medida ni control. No se trata cumplir las mitzvot por cumplirlas simplemente, hay que cumplirlas con una recta intención. Bien se ha dicho que para vivir la santidad no basta con abstenerse de hacer el mal, sino que hay que practicar el bien, para lo que la clave es el autocontrol, el dominio de sí mismo.
En el judaísmo la santidad no es el resultado de la negación de los placeres, lo que bien podría ofrecer una vida ermitaña propia de otras tradiciones religiosas; tampoco es el resultado de una entrega desmedida a ellos, es más bien la decisión consciente de tomar el camino medio de la contención con sabiduría y oportunidad. El desafío, entonces, es disfrutar de las cosas maravillosas que nos ofrece la vida, incluso de los placeres, pero de una manera ordenada, sin perder nuestra conexión con Dios.
El hecho de que la contención resulte ser placentera, es indicativo de que poseemos un alma que el Eterno nos ha dado, alma que retornará a Él, como lo proclamamos en la oración matutina, el Sajarit Lejol:
“¡El alma que me has dado, oh Dios, es pura! Tú la creaste y la formaste, la insuflaste dentro de mí. Tú la tomarás de mí algún día para la vida eterna. Mientras tenga aliento, por lo tanto, Te daré las gracias, mi Dios y el Dios de todas las generaciones, origen de todo ser, amoroso guía de cada espíritu humano.
Bendito eres Tu Eterno, que das nueva vida a nuestros cuerpos todos los días”.
El impulso de hacer algo con lo que no estamos de acuerdo no está conforme a nuestra verdadera naturaleza. Se trata de algo propio del cuerpo, pero que no es el yo verdadero. Son la mente y el corazón el lugar donde se encuentra la brújula moral que define los valores y convicciones reales.
Cuánto más control o dominio de sí mismo se posea más afín es la vida al verdadero ser. Cuanto más se expresa el verdadero ser, más poder tiene el alma. Cuanto más poder tiene el alma, habrá más santidad y unión con Dios, quien detenta absolutamente todo poder.
Despertar en nuestra alma la sed de Dios como lo experimentara David en el desierto de Judá, ha de ser un anhelo constante en el diario vivir. He aquí los versos del salmista cargados de intensidad e incomparable belleza:
“Oh Dios, Tu eres mi Dios.
En verdad Te buscaré. Mi alma tiene sed de Ti,
Mi carne Te anhela, en una tierra seca y yerma, donde no hay agua.
Así te he buscado en el Santuario, para ver Tu poder y Tu gloria.
Porque Tu bondad es mejor que la vida, mis labios Te alabarán.
Te bendeciré mientras viva.
En Tu nombre alzaré mis manos.
Mi alma está satisfecha como de meollo y de grosura, y mi boca te alaba con labios gozosos, cuando me acuerdo de Ti sobre mi lecho,
y medito sobre Ti en mis vigilias.
Porque Tú has sido mi ayuda, y bajo la sombra de Tus alas me alegro.
Mi alma se aferra a Tí.
Tu diestra me sostiene con vigor…” (cfr. Sal 63).
En una “tierra seca y yerma” como es la sociedad contemporánea en que vivimos, la santidad suele pasar desapercibida. Son muchas y variadas las distracciones. Bien vale la pena, entonces, esforzarnos por encontrar un poco de santidad y aferrarnos a ella, a fin de cultivarla para que ésta crezca.
A manera de ejercicio espiritual se propone a todos y a cada uno, elaborar una lista de las veces en que se logró contener un impulso natural y se sintió bien por ello. Por otra parte, preguntarse en qué se puede uno restringir un poco, con el fin de mejorar en determinada área de la vida para obtener un poco más de santidad, es decir un poco más de unión con Dios. La santidad más que una meta, es un camino….
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Menajem ben Abraham ve Sarah
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