Dice la Parashá que ha de pedirse a los Bnei Israel que traigan aceite de olivas puro, batido para las lámparas permanentes. El aceite que se está requiriendo es el más puro, las primeras gotas y más finas son las que se dedican a la Menorá. Dice el Midrash que la costumbre es usar el aceite más fino para la comida y el sobrante se usa para encender las luminarias. La diferencia es evidente: para el Judaísmo es más importante la parte espiritual del hombre, dejando para un segundo plano las necesidades corporales.
El componente físico de nuestro cuerpo es solamente el vehículo en el que se transporta nuestro espíritu. Por supuesto que es importante y debemos tener buen cuidado de atender esta parte, pero es más importante que la parte espiritual, que nos indica la manera ética de conducirnos, y que es la base de las enseñanzas del Judaísmo. Por otro lado, no es de dudarse que nuestro físico refleje con mucha fidelidad el estado de nuestro espíritu. Recordemos que hay un sinnúmero de enfermedades que son psicosomáticas.
Dice el Midrash que el aceite purísimo representa a Israel, porque así como no es capaz de mezclarse con otros líquidos, así Israel, por más que esté en la diáspora, siempre va a permanecer libre de la asimilación. El pueblo de Israel ha vivido en cientos de países y aprendido en los mismos, una gran variedad de lenguajes, costumbres y usos; pero siempre será Israel. Como el aceite que tiende a subir cuando se le revuelve con el agua, de la misma manera Israel siempre tiende a subir y aunque alguna vez se le vea en el fondo, subirá y permanecerá arriba. Yo creo firmemente en que hay ejemplos de ataques terribles como la Inquisición o la Shoáh, e Israel se ha levantado cuantas veces ha caído.
Ordena como estatuto eterno para todas las generaciones de Israel que se enciendan luces en el Santuario. Dice el Midrash que los Israelitas preguntaron a Dios cómo deberían iluminar a quien ha creado la luz del universo, y que Dios les respondió que no iluminarían para él, sino para aquellos a quienes les haga falta la luz, porque caminan en la oscuridad. Que verían los gentiles a lo lejos la luz y preguntarían para quién Israel ilumina el Santuario, y se le habría de contestar que se ilumina en honor de quien ha sido el creador de la luz.
Es bien notorio en esta Parashá que los Israelitas habían aprendido mucho sobre metalurgia, tejidos tanto de lana como de lino y pelo de cabra, al leer las precisas instrucciones sobre cómo fabricar los ocho elementos que componen la vestimenta del Cohen Gadol.
Se habla del pectoral del Cohen Gadol que tendría cuatro hileras de piedras preciosas (las doce tribus de Israel)
1.- Baréket/esmeralda: tribu, Leví. Pitdá/topacio: tribu, Shimon. Ódem/rubí: tribu, Reuvén.
2.- Yahalóm/diamante: tribu, Zevulun. Sapir/zafiro: tribu, Yissajar. Nófej/carbunclo: tribu, Yehudá
3.- Ajlama/amatista: tribu, Gad. Shevó/ágata: tribu, Neftalí. Léshem/ópalo: tribu, Dan.
4.- Yashefé/jaspe: tribu, Benjamín. Shóham/ónix: tribu, Yosef. Tarshish/crisólito: tribu, Asher.
El color de cada piedra era el mismo color de la bandera de cada tribu mientras viajaban en el desierto.
El rojo de la vergüenza, el tinte verdoso de la palidez, el brillo del resplandor espiritual, el verde de un rostro pálido, el material de las tabletas de la Torá, el blanco de la plata, el rayado de un dibujo, el turquesa de la caballería, el cristal muy numeroso, lo aceitoso del Crisólito, el negro del ónix y la multiplicidad del jaspe. Cada uno tenía algo que ver con un evento sucedido, con una característica de la tribu o de sus dirigentes.
Y así consecutivamente. No era un ostentoso pectoral. Era un recordatorio de su condición como miembros de cada tribu con cada color. Era el concentrado de las banderas de las doce tribus.
Son las vestimentas las que santifican al Cohen, y a través de ellas, él conduce santidad a todas las almas de Israel. Hacían perdonar los pecados del Pueblo.
El pectoral, la injusticia, la capa, la idolatría, el manto la maledicencia, la túnica los crímenes de sangre, la tiara el orgullo, el cinturón los malos pensamientos, la lámina la impertinencia y los calzones los pecados sexuales. Además andaban descalzos porque el suelo que pisaban era sagrado.
Hago votos porque sea hoy, no la vestimenta, sino nuestro comportamiento, y un verdadero cambio, consistente y permanente, lo que permita la verdadera reparación de daños con quienes nos rodean y así obtener su perdón. Cualquiera pide perdón, pero no cualquiera cambia su vida.
Rodolfo Gallardo-Rosales.
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