En la Parashá de esta semana se puede leer el verso: “un fuego perpetuo siempre estará ardiendo sobre el altar, nunca se apagará”.
En aquel tiempo los sacerdotes debían preparar y encender el fuego en el templo sagrado para que el fuego divino descendiera desde arriba y así poder consumir los sacrificios, sin la debida preparación el fuego divino no descendía.
Con esto aprendemos que en nuestros días el templo sagrado actualmente está dentro de cada uno de nosotros y que debemos de darle su debida preparación a través de todas nuestras acciones y buenas obras, con igualdad entre todos los seres humanos, con empatía, respeto, amor, verdad y justicia como cimientos del mundo, para así poder recibir el fuego divino por parte del Eterno y así mantener encendida la calidez y el entusiasmo en el servicio al Creador.
También podemos observar que la preparación del templo era realizada por varios sacerdotes y no solo uno, dejando como enseñanza que los grandes líderes conocen sus propias limitaciones.
Un solo sacerdote no trataba de hacer todo el mismo, sino que construían equipos dando el lugar a otros donde ellos mismos eran débiles, entendiendo a la perfección la importancia del balance, el control y la separación de poderes, rodeándose así de personas que son muy distintas a ellas, porque ellos mismos entienden el peligro que genera la concentración del poder en una sola persona.
Eduardo Mendoza.
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