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Parashá Vayerá

Bereshit XVIII: 1 – XXII:24

En esta Parashá Podemos apreciar una de las más bellas cualidades de Avraham Avinu: LA HOSPITALIDAD, puesto que relata la Toráh, que estaba a la puerta de su tienda, en espera de ver aparecer a un viajero para invitarle a pasar y restaurar fuerzas para poder después emprender con renovados bríos el camino.

En el Midrash Yalkut, Rabí Yohanán dice que son seis virtudes, que habiendo sido practicadas por el hombre, recibirá la recompensa en este mundo y otra recompensa aún más grande en el Olam Habá: La hospitalidad, la visita a los enfermos, concentrarse durante la oración, estudiar la Toráh, instruir y educar a los hijos; y juzgar al compañero con indulgencia.

En el Talmud Eruvin, se dice también que la hospitalidad es tan importante como el culto divino. Cuando hacemos un bien, la persona a quien se lo hacemos, aunque fuese un malvado, podrá convertirse en un ángel.

La primera enseñanza de que disponemos en esta Parashá es LA HOSPITALIDAD, y nos hace reflexionar si practicamos de manera asidua ésta, ya no recibiendo extraños para darles techo y comida, sino al menos siendo hospitalarios con aquellos que nos visitan, pues hay quien se muestra espinoso con las visitas, muestra desesperación, inventa salidas inexistentes, o hasta enfermedades que no tiene, en una evidente invitación a que se retiren de su casa y le dejen solo.

De hecho la hospitalidad no se trata solamente de recibir a alguien en nuestra casa, sino hacerlo con generosidad, con gusto, tanto a extraños como a invitados. Por extensión, creo firmemente que como judíos, no debemos ser groseros, sarcásticos ni ofensivos con nadie que toque a nuestra puerta, aunque se trate de un vendedor o de un religioso ofreciendo sus servicios. La amabilidad, la cortesía y la generosidad al declinar el ofrecimiento de estas personas, debe hacerles sentir que están cumpliendo con su trabajo o su labor, y nuestra sonrisa debe mostrar la comprensión de que cada uno de nosotros tiene una labor que hacer en el concierto de la sociedad, y que todos somos necesarios. Eso es lo que dará una muestra al mundo de que el Judío aprende de la Torá para modificar y afianzar sus estándares de comportamiento.

Dijo un día nuestro Rabino Jacques Cukierkorn que como Judíos no debemos faltarle al respeto a ninguna religión, porque estaríamos faltándole al respeto al Eterno, pues es el mismo Dios, sin importar el rito que cada uno siga para venerarle. Sabias palabras que hicieron eco en toda la Comunidad.

Cuando los tres ángeles se conformaron con los usos de la tierra, aceptando comida y haciendo como si la comiesen, la Toráh nos da una muestra de que DEBEMOS SER HUMILDES Y RESPETUOSOS DE LOS USOS Y COSTUMBRES DE LA GENTE DE LA TIERRA A LA QUE FUÉSEMOS, CONFORMÁNDONOS CON ELLOS.

Conformarnos trae de la mano la humildad, pues no hay nada más grosero y falto de sensibilidad que llegar a un lugar donde sólo puedan ofrecernos un humilde plato de comida, y rechazarlo con la actitud de no estar acostumbrados a esa pobreza. Conformarnos con lo que alguien nos pueda ofrecer también se trata de los usos y costumbres, que varían no solamente de País en País, sino de región en región de nuestro propio País.

Cuando los ángeles observaron a la lejanía la ciudad de Sodoma, el Eterno habría captado las quejas y súplicas de aquellos que habrían sufrido las atrocidades de los habitantes de las ciudades de Sodoma, dice Ezequiel: “He aquí que ésta fue la maldad de Sodoma: hartura de pan y abundancia de ociosidad tuvo ella y sus hijas, y no sostuvo la mano del afligido y del menesteroso”.

A veces no es necesario dar nada material. Dar el consuelo y la seguridad para aquel que pasa por una pena, es parte de nuestra obligación: como visitar a los enfermos, por ejemplo.

Cuando Avraham habló con el Eterno apeló a su justicia y misericordia en favor de los sodomitas. La enseñanza que nos da es que DEBEMOS ORAR POR TODO EL GÉNERO HUMANO, no importa la raza o religión a la que pertenezca. Por eso en nuestras oraciones, hay rezos especiales por todos los pueblos de la tierra, y en lo particular, por los habitantes del País en que vivimos.

En la negociación de qué cantidad de Tzadikim había en Sodoma para que el Eterno les perdonase, por supuesto que Él sabía perfectamente que no había ni siquiera esos diez justos de que se habla, pero deseaba seguramente saber hasta qué grado llegaba la piedad humana de Avraham Avinu, para que nos sirviera de ejemplo, PARA QUE NUESTRA PIEDAD PARA CON LOS SERES HUMANOS NO CONOZCA LÍMITES.

Esta dura enseñanza, viene a hacernos reflexionar sobre el hecho de que Avraham no enfocaba su piedad en los Tzadikim, sino en los malvados. Refleja un gran sufrimiento de Avraham Avinu a causa de la destrucción de las ciudades y la inminente muerte de sus moradores, aunque no había, dice la Toráh “ni siquiera diez justos en ella”. Creo que la mayor reflexión es si nosotros albergamos sentimientos nobles y generosos no solamente con quienes consideramos buenas personas, sino con aquellos que se alcoholizan, se drogan, roban y delinquen. Con los menesterosos, los necesitados, sea cualquiera la razón que les llevó a ello.

Las ciudades de Sodoma y Gomorra fueron destruidas porque no había en ellas DIEZ tzadikim. ESTE HECHO ES EL QUE NOS EXHORTA A INTEGRAR UN GRUPO DE AL MENOS DIEZ TZADIKIM en cada colectividad, practicando el bien, para detener, con nuestros buenos actos, la decadencia moral de los que están a punto de perderse. ESTO TAMBIÉN ESTABLECIÓ LA COSTUMBRE DEL MINYÁN para celebrar el oficio religioso colectivo. En las comunidades antiguas de Israel, eran nombrados “Asará Batlanim” a diez hombres pobres, que eran mantenidos por la comunidad  y oraban diariamente por el bienestar colectivo.

B”H.

18 Jeshván 5780
Rodolfo Gallardo-Rosales

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